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Mateo 5,43-48

“Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial.”

Jesús no anda con rodeos, ¡habla de "enemigo"! Y nosotros, que siempre suavizamos, somos tentados de decir: "¡pero yo no tengo enemigos!" Pues hay que aceptar la luz viva y violenta que Jesús proyecta sobre la realidad. ◙ Toda persona que no se me parece, que me agrede, perturba mi tranquilidad; eso en lo que el otro difiere de mí, que me acusa, que tiende a suprimirme; ◙ ese carácter tan diferente del mío, que me enerva, me consume y me mata; esa manera de ver, de hablar o de comportarse que me pone fuera de mí y me saca de quicio… ◙ Pues bien, “yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por ellos”. Con ellos también hay que atreverse a hacer lo que nos dice Jesús aquí. ◙ No lo dejemos para mañana. Hagámoslo en este mismo instante: paremos nuestra meditación y recemos, nominalmente, por los que nos enervan, por los que están contra nosotros, por los que no amamos, por los que nos dañan... ◙ Y hagámoslo todos los días de nuestra vida, para dar cumplimiento a la Palabra de Jesús de que es imposible que, a la larga, algo no se transforme (en ellos y en mí). ◙ Como hijos de nuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, miremos al Crucificado y dejémonos estremecer por lo que vemos en Él. Nadie ha sufrido jamás como Él. ◙ Pero su postura, con los brazos extendidos y el cuerpo abierto, es lo contrario a la posición fetal. No se cubre, no se protege, no se aísla, sino que se entrega como entrega el sol sus rayos. ◙ Está «para todos», para quienes lo aman y para quienes lo trituran, porque Él es el sol que brilla sobre malos y buenos.

Al enemigo no sólo agua: también amor, perdón y oración.

©2024 Paco Travieso

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