EL EVANGELIO DE JESUCRISTO,
HIJO DE DIOS
Marcos 12,1-12
“Este es el heredero. Venga, lo matamos y será nuestra la herencia.”
La parábola de los viñadores sitúa el amor de Dios -el dueño de la viña- en el terreno de lo irracional, lo absurdo, lo jamás visto ni oído; un amor escandaloso: a nadie se le ocurre seguir enviando a "otros servidores" cuando los primeros han vuelto mal parados o no han vuelto... ◙ La parábola no es verosímil en sentido propio. Pero Dios, sí, Dios tiene esa paciencia, esa perseverancia, esa locura. ◙ Dios es desconcertante. ¿Hasta dónde es capaz de llegar con su amor? Pues “le quedaba todavía uno, su Hijo "muy amado" y se lo envió también”. ◙ Dios no responde con violencia a la violencia de los labradores; siempre espera algo del hombre, no lo considera definitivamente endurecido. El último esfuerzo de su amor es el envío final y decisivo del Hijo amado, no para tomar venganza, sino para ofrecer la última oportunidad de salvación. ◙ Dios siempre piensa con misericordia: como el padre que espera el regreso del hijo y va a su encuentro cuando lo ve venir a lo lejos; ◙ como el samaritano que no pasa de largo del desventurado, sino que lo socorre sin pedir nada a cambio; ◙ como el pastor que da su vida para defender y salvar a las ovejas. ◙ La misericordia de Dios se impone persistentemente sobre lo que los seres humanos –siempre con residuos violentos– entienden por justicia. ◙ Este amor de Dios debe provocar en nosotros un amor sin medida y un dejar que ese amor de Dios nos empape y nos transforme el corazón, nos trastorne la cabeza, ◙ y nos haga pasar por la vida como “locos” dispuestos a contagiar esta locura de amor a los demás: este es el fruto, de amor, que Dios espera de nosotros, su viña.
La salvación es obra del amor misericordioso de Dios.