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Marcos 12,18-27

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”.

Los saduceos tratan de burlarse de la creencia en la resurrección de los muertos: “si una mujer enviuda siete veces, ¿de cuál de los siete esposos será mujer?” Jesús se reafirma en la resurrección: “Estáis en un error, por no entender la Escritura ni el poder de Dios.” ◙ Los saduceos imaginaban la vida en el cielo igual a la de la tierra y Jesús les explica que la condición de las personas después de la muerte será totalmente diferente a la actual: ya no habrá casamientos, sino que todos seremos como ángeles. ◙ La pregunta de los saduceos, además, carece de sentido del luto, de la despedida, de la fractura humana que se produce cuando alguien cercano a nosotros fallece. ◙ Jesús, al afirmar la resurrección, y puesto que la suerte de los difuntos no es lo primordial, les señala otra suerte de preocupación sobre la muerte: a los difuntos, que ya están descansando, hay que dejarlos en manos de Dios, en el “ahora eterno” del tiempo de Dios. ◙ En el ahora nuestro, lo principal es consolar, y ser las manos y la voz del consuelo de Dios para los que han sufrido una pérdida importante en sus vidas. ◙ Jesús incide en que Dios es un Dios de vivos y no podemos dejar en la soledad a los que se duelen de sus difuntos: con un corazón quebrado, es más difícil ver a Dios en la vida. Es necesario, pues, ponernos en el camino del doliente, y reavivar en ellos la esperanza y el don de Dios. ◙ Que Dios no es Dios de muertos sino de vivos, que nos tiene destinados a la vida, es una convicción gozosa que haremos bien en recordar siempre, ◙ y no sólo cuando se nos muere una persona querida o pensamos en nuestra propia muerte.

La vida de los que creen en Dios no termina, se transforma.

©2024 Paco Travieso

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