EL EVANGELIO DE JESUCRISTO,
HIJO DE DIOS
Juan 19,25-34
“Mujer, ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre… El discípulo la recibió como algo propio.”
Es sorprendente que Jesús no dice ahí tienes a Juan. María no tiene otro hijo que Jesús y, sin embargo, es como si Juan se convirtiera por las palabras de Jesús en hijo. ◙ Y al dirigirse Jesús a su madre así, es como si la condición de María, como madre, se ampliara y acogiera en Juan, que ha adquirido la condición de hijo, a todos los hombres. ◙ Y ahí está la Iglesia, asamblea de creyentes, de la que ella se convierte en Madre por deseo expreso de Jesús en ese momento cumbre de su vida. Porque Él necesitó y tuvo la Madre que lo acompañó cada momento, que compartió con Él la génesis de la Iglesia. ◙ María no cumple sólo su papel de cuidadora de Jesús en las necesidades básicas; es la madre que “escucha y cumple la Voluntad del Padre”, la que comparte con su Hijo la entraña de su Misión en la entrega total, viviendo cada detalle y cada desvelo, cada oración y cada evangelización, cada gozo y cada misterio. ◙ Puede aparecer escondida, en la retaguardia, pero en la certeza absoluta de estar siempre y en todo con la dignidad de la humildad. Humildad que sabe que todo es Don y Gracia. ◙ No se puede definir ni explicar, sino sólo vivir, un Don tan fuerte como la Comunión entre Madre e Hijo. Y al dejarnos Jesús a su Madre, en la persona de Juan, nos regala esa intimidad personal y, a la vez, su trascendencia a la Iglesia. ◙ Fuimos entregados a María, como hijos, en la figura de Juan. Contamos con ella. ◙ Hoy la invocamos como Madre de la Iglesia queriendo señalar que, como toda buena madre, alienta, cuida y acompaña a los seguidores de su Hijo.
María cuida a sus hijos. Podemos, pues, confiarle toda la vida de la Iglesia.